Tuesday, August 09, 2005

 
Nueva York – junio 1953

Loos admiraba a los americanos, a los jefes de cocina, a los gerentes de hotel, a los barberos, a los eficientes cajeros de banco, a los guardas de los trenes elevados, a los vendedores callejeros, a los lustrabotas.
Descubrió o estableció como ley general que sus americanos eran un material humano admirable, si uno podía olvidar la llamada educación, cultura y esas cosas a las que se concedía exagerado valor en los países europeos, especialmente en la capital de Europa del central, que por entonces era Viena, donde había mas compositores de importancia por kilómetro cuadrado que en ninguna otra parte del mundo.
La descripción que Loos me había hecho de america en los cafés vieneses era en cierto sentido la versión de Walt Whitman dada por un inmigrante. Loos hablaba en forma esquemática del paisaje o de la altura de los edificios, pero sus palabras translucían inconscientemente los efectos que determinados elementos primigenios de america ejercían en todos los inmigrantes. Se advertía además de que manera se estaban transformando esos mismos inmigrantes y cual era el potencial humano con que contaba el país para remodelar la humanidad. Tal era su descripción de america. Y a medida que este país se ha ido convirtiendo en un catalizador de todo el planeta, aun de las zonas ubicadas detrás de la cortina de hierro, paulatinamente se ha comprobado que dicha descripción era lucida en grado sumo.Al regresar a Viena, Loos pensó que podría cambiar esa ciudad con lo que traía de america. Fracasó de manera desalentadora, salvo conmigo

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